La vida se está poniendo interesante; no voy a explicar ahora  mismo las muchas formas en que eso está sucediendo, pero estoy abrumada por cosas que hacer. Hace un par de semanas estuve de vacaciones con mi esposo e hicimos de todo menos descansar. El día que salimos de casa decidimos dar un paseo por Londres, compramos miel en el Borough Market y almorzamos en uno de los restaurantes de la zona.

Mi esposo nunca había estado en Londres excepto en el aeropuerto de Heathrow de camino a una entrevista. Yo tenía la ventaja de haber visitado la ciudad como turista en 2008. Estábamos emocionados de estar allí y aunque pude recordar algunas cosas que había visto antes, encontré otras desplazadas de las imágenes que tenía en mis fotos antiguas y en mi memoria. Para empezar, uno piensa en Londres como una ciudad histórica, llena de edificios antiguos y pintorescos. Pero esta ciudad que se desplegó frente a mis ojos no era vieja, ni pizca. Encima de sus venerables huesos, las grúas de construcción dominaban el horizonte; los nuevos rascacielos de cristal, los complejos de apartamentos y las galerías comerciales habían cambiado el carácter de la ciudad. Era como si se hubiera sometido a una cirugía plástica y todo se veía brillante, futurista y planeado. Era como si la ciudad hubiera decidido tener un nuevo comienzo y no quisiera recordar mucho su pasado.